Anónimo
Mi historia con el “Peregrino Ruso” tiene casi 25 años.
Y no está exenta de recovecos. La primera vez que
lo vi me hallaba en un polvoriento local de venta de
libros usados, me acerqué a la sección “religión” y
entre varios otros títulos, me encontré con “Strannik: el
Peregrino Ruso”, según Editorial de Espiritualidad, autor anónimo,
sexta edición, año de 1984, en excelentes condiciones. Lo que
más me llamó la atención fue el contenido que, apenas
una ojeada, parecía tratarse de la Iglesia Ortodoxa Rusa,
de la que no tenía mucho conocimiento.
Cuando llevé al vendedor el lote seleccionado resultó
que no me alcanzaba el dinero así que dejé uno
aparte, “El peregrino Ruso”. Recuerdo claramente que le
pedí al tendero que lo apartara porque pronto
vendría a buscarlo. Me señaló una repisa y dejándolo
muy arriba me aseguró que allí estaría hasta mi vuelta.
Por esas cosas de la vida no logré volver a
dicho local hasta dos años después y cuál no fue mi sorpresa
al comprobar que justo donde lo habían dejado, allí mismo estaba el
ejemplar, esperándome. Obviamente lo llevé.
Pero “el Peregrino Ruso”
se quedó mudo por otro par de años en mi biblioteca.
La universidad me impedía dedicarme a
otra lectura, y si hallaba algún espacio para temas
religiosos, lo ocupaban autores como Guardini, Newman, Grün e
incluso el primer Boff. Sin embargo, por
alguna razón, el Espíritu Santo no me llevó a las
páginas del Peregrino hasta que mi corazón
estuvo listo. En efecto, una noche de
insomnio, cuando algunas penas roían mi alma, y el cansancio,
inesperado amigo del diablo, me tenían en un estado al borde de la depresión, mi mano, por equivocación, tomó
el inesperado volumen. Ya el inicio del capítulo primero,
me invitó a proseguir la lectura:
“Por gracia de Dios soy cristiano; por mis
acciones, un gran pecador, y por oficio, un
humilde peregrino sin domicilio, perpetuamente errante. Mis bienes
son una alforja sobre la espalda con un poco de pan seco y
una Biblia que llevo en mi sayal, junto al pecho. Eso
es todo”.
El
texto fue mi compañero aquel año y créanme que sus enseñanzas
me permitieron caminar con Nuestro Señor en la ruta de
la vida y la alegría.
¿De qué trata “El
Peregrino Ruso”? Sencillamente es un manual de oración,
narrado como el diario personal de un cristiano empeñado en cumplir
la recomendación de san Pablo: “Orad sin cesar” ( 1 tes.
5,17). Este libro nos presenta la técnica del “hesicasmo”, propio
del Oriente cristiano donde se une la disposición
física a través de la respiración a la
repetición de una sola oración: El Nombre
de Jesús: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad
de mí”.
En su viaje, nuestro Peregrino
enfrenta una serie de situaciones que gracias
a su humildad y la oración logra sobrellevar: Cuando es
asaltado por dos soldados, entabla luego amistad con el
oficial a cargo, quien le cuenta cómo el evangelio lo
sanó de su alcoholismo; la joven que huye
de su casa porque quieren obligarla a
contraer matrimonio; los librepensadores de un bar que
menosprecian la oración; los aldeanos que lo consideran
como santo milagrero; el grupo de staretz donde
encuentra a su querido maestro; el monasterio donde
participa de una conversación multidisciplinar acerca
de la oración; esto, y mucho más, nuestro peregrino nos lo
cuenta con la candidez propia de quien vive sin malicia
la aventura de su fe.
Además de su Biblia, el peregrino se hace acompañar
por la “Filocalía”, que es el conjunto de
enseñanzas de 25 santos padres, acerca de
la oración del Nombre de Jesús. El staretz (maestro) le dice
sobre este libro:
“…explica con sencillez los grandes misterios encerrados en
la Biblia, incomprensibles para nuestro espíritu miope. El
sol es grande y más brillante que las demás
cosas, pero no puedes contemplarlo sin tener protegidos
los ojos; tienes que valerte de un trocito
de vidrio [ahumado] que es millones de
veces más pequeño y oscuro que el sol. Y mediante
ese cristal tú puedes contemplar el astro grandioso y
soportar sus rayos cegadores. La Sagrada
Escritura es un sol deslumbrante, y este libro, la
Filocalía, es el trocito de cristal que nos permite
contemplar el astro divino”.
El
mismo "Peregrino Ruso" nos sirve de introducción a
la Filocalía, pues transcribe largos trozos
de los diferentes comentarios de los
santos padres. Es inevitable que despierte en
nosotros el deseo que conocer completo este otro
texto que se nos presenta como bello
y pertinente para nuestra vida espiritual.
Acerca de esta oración, la del Nombre de Jesús, nos dice el
Catecismo de la Iglesia católica:
2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de
Dios recibe en su encarnación: JESÚS. El nombre divino es inefable para los
labios humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de
Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo:
“Jesús”, “YHVH salva” (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús
contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la
salvación. Decir “Jesús” es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre
es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y
cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó
por él (cf Rm10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2,
20).
2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la
tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La
formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria
y del Monte Athos es la invocación: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad
de nosotros, pecadores” Conjuga el himno cristológico de Flp 2,
6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10,
46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y
con la misericordia de su Salvador.
2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más
sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón
humildemente atento, no se dispersa en “palabrerías” (Mt 6, 7), sino que
“conserva la Palabra y fructifica con perseverancia” (cf Lc 8,
15). Es posible “en todo tiempo” porque no es una ocupación al lado de otra,
sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción
en Cristo Jesús.
Se trata de un texto altamente recomendable en el que esperamos puedan
hallar paz y alegría.
Puedes descargar estos textos como prelectura en el
tema “Espiritualidad y Edificación” de este mismo blog o descargar desde aquí
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