El apóstol Pablo nos dice: “Si
Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”.
Así nos recuerda
san Pablo que nuestra fe no sólo tiene
que ver con el más acá sino también
con el más alla´, con esa realidad fundante que pone en
jaque cualquier “logro humano”. La Iglesia reunida
en torno a Cristo propone una corriente
que sigue y seguirá
siendo actual: “El Reino definitivo
de Dios”, “La Nueva Jerusalén”,
que se construye
con los ladrillos que hacemos “acá”
para edificar la Ciudad Santa “Allá”.
Es una
propuesta “trans-cultura” porque
lo humano que se
piensa total en sí mismo,
es para nosotros,
un ídolo, un fetiche
que cumple deseos pero que
no salva. También es “trans-utopía”
ya que
no persigue fantasmas, sueños fugaces, aunque no por
eso deja de preocuparse
de mejorar las condiciones del hoy, ya que este es
el mundo que
nos ha tocado vivir. En nuesta contingencia, siempre buscamos el mundo definitivo que es el “Reino”.
La Escatología (Novísimos, como
se decía antes)
es el tratado de las cosas
futuras, y por tales
definitivas y es
adonde culmina el recorrido
del ser humano, cuyo corazón
siempre inquieto sólo descansará
en Dios. Los motivo a
adentrarse en este bello mundo y nos
vemos en la
otra vida, si Dios
quiere.
Nueva Jerusalén
Nueva Jerusalén, cuánto te
añoro,
mi corazón con fe, alegre y
sincera,
Sostiene de mi espíritu la
espera
De ver do por la esperanza ya
moro.
Pues por tu venir cada día imploro
Con tu llegada la Celestial Era,
Para que la Muerte por ti
se muera
Y la sombra escape de tus torres
de oro.
Palacio del Rey Todopoderoso
Construida más bella que el mismo Edén
Enorme para albergar la cosecha
Que camina al destino venturoso.
¡Si te olvido, Nueva Jerusalén,
Que se me seque la mano derecha!
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