viernes, 29 de abril de 2022

 Transcribo el homenaje que hizo el profesor Roberto Díaz acerca de este filósofo cristiano.


ETIENNE GILSON UN PENSADOR REVOLUCIONARIO


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ETIENNE GILSON
UN PENSADOR  REVOLUCIONARIO



Para Mauricio Tapia,
un verdadero amigo, por
Las largas conversaciones
Sobre Santo Tomás de Aquino






Cuando aún cursaba mis estudios en la universidad en historia y teniendo un tiempo libre entre lectura y lectura, decidí despejarme viendo una película en el cine, cuando llegue a la ventanilla de éste último me fije que la película que se estaba exhibiendo tenía el título “De Mao a Mozart”, el nombre no me dijo nada en ese momento, una vez instalado en la butaca pude ver un largo documental realizado por el director Murray Lerner sobre el viaje realizado en 1981 por el extraordinario  violinista Isaac Stern a China Popular. En la película se mostraba una mezcla extraña, ya que por una parte mostraba el arte en acción y un mundo cultural, en este caso el chino, sediento de éste y como contra partida una bestial y barbárica arremetida por parte de un hombre que simbolizó el terror destructivo del arte, el hombre se  llamó Mao Zedong y su seudo revolución cultural, pero el arte sobrevivió mientras que el mal desapareció. Ahora se preguntará el lector por que iniciar una introducción a partir de un recuerdo cinéfilo, simple, que lo presentado por Lerner es muy parecido a lo ocurrido a la cultura católica occidental, una furiosa arremetida por parte de un mundo barbárico, que quiso sacar primero el saber medieval, luego el pensamiento cristiano y no contento con esto, finalmente a Dios del orden de la cultura occidental, pero a pesar de este gran y colosal esfuerzo, la historia tiene su mecánica para amoldarse, mecánica que ésta más allá del hombre y del tiempo línea, y quien pensaría que los hijos del positivismo, o sea del más frío pensamiento humano saldría una poderosa elite intelectual capaz de traer nuevamente el mundo medieval, cristiano y a Dios a la mesa de occidente como una fuerza de la razón tan respetable como el resto del engranaje del pensamiento occidental. Es en este renacimiento cultural en donde se destacó la figura del pensador, escritor y filósofo francés Etienne Gilson.
            Hablar de Etienne Gilson, es hablar de una de las mentes más preclaras de Francia del siglo XX, un hombre que por su naturaleza espiritual se abocó a los estudios y la investigación en el área de la historia y la filosofía. Un hombre que realizó un gran aporte a los estudios tomistas. Para comprender mejor a este gran pensador galo, es necesario introducirnos en otro de los hombres grandes del pensamiento europeo y cristiano, que fue la pasión de Gilson, nos referimos a Santo Tomás de Aquino, el filósofo escolástico del siglo XII que construyó toda una mecánica de pensamiento humano que aún hoy perdura.
           
 Santo Tomás de Aquino, aquel “buey mudo” que bramo tan fuerte que el eco de su pensamiento sigue inspirando generaciones de pensadores, ha tenido dos momentos de singular importancia en la historia, fuera claro ésta de su propia época. Durante el periodo de la reforma católica en el siglo XVI, su obra fue intensamente estudiada, sobre todo por los grandes juristas españoles  como lo fueron: Suarez y León, sólo por dar dos ilustres nombres, quienes fundaron una importante escuela de derecho natural, basada en las ideas que extrajeron de la escolástica que hasta nuestros días tiene una gran importancia e influencia en el mundo de la filosofía y el derecho.
El segundo momento fue a fines del siglo XIX y la segunda mitad del XX, que se inicia con un llamado del Papa León XIII En la encíclica Aeterni Patris, en esta pide a los intelectuales interesarse por las ideas de Santo Tomás de Aquino, es importante tener presente que los estudiosos que se inspiraron en esta encíclica no deseaban desenterrar un pensamiento y transformarlo en una pieza de museo viviente, eso hubiera sido una falta de especulación histórica e intelectual, muy por el contrario se trató más bien, de revalorizar el pensamiento de los grandes maestros de la escolástica, muy  particularmente la doctrina de Santo Tomás  de Aquino, construyendo a partir de ella nuevas concepciones políticas, filosóficas, éticas e históricas, era por tanto una verdadera revolución, que vino a sacudir como todas las revoluciones  los viejos cimientos del mundo cristiano y de occidente.
Los jóvenes intelectuales que oyeron la voz de su Santidad, se impusieron la tarea de impulsar el estudio de la escolástica directamente de las fuentes, a partir de este punto construir un edificio nuevo en el pensamiento filosófico contemporáneo que diera respuesta a las grandes interrogantes del hombre moderno, pero que también respondiera a los problemas de nuestra época.  Bajo el paraguas de esta escuela Neo – Tomistas se encuentran nombres de todas las partes de Europa como los franceses: padre Reginald Garrigou-Lagrange y Jean Maritain, el polaco Mieczyslaw Krapiec, los ingleses Federick Copleston, Cherteston y Christopher Dawson, los españoles Julián Marías y Antonio Millán Puelles, solo por nombrar alguno, de entre una gran masa de destacados intelectuales cristianos. Entre estas selva de mentes brillantes se encuentra nuestro Etienne Gilson.
Antonio Millán Puelles

Etienne Gilson nació en la ciudad de París, hijo de una familia católica asistió al seminario-colegio diocesano de Notre-Dame-des-Champs, donde cursó sus estudios básicos, para luego ingresar en el Liceo Enrique IV donde realizó su bachillerato. Después de cursar sus estudios realizó su servicio militar obligatorio, para posteriormente ingresar a la universidad de la Sorbona. En este lugar se empapo de lo único que se dictaba en esa época en las aulas humanistas y científicas, positivismo, positivismo y más positivismo. Como tenía importantes inquietudes metafísicas decidió al igual que Jean Maritain tomar las clases del metafísico del momento, el gran escritor y filósofo Henri Berson, que impartía clases en el Instituto de Francia – organismo que tenía una fuerte rivalidad con la Sorbona -, aquí pudo empaparse de las primeras ideas sobre el SER, la EXISTENCIA y la INTUICIÓN de la mano de una de las mentes más brillante de la época, no por nada, Berson recibiría los  premios de literatura francés y el  Nobel de literatura más tarde.
Cuando realizaba sus estudios de doctorado en la Sorbona, su maestro de tesis el profesor Lucien Lévy-Bruhl, le propuso que estudiara los pensamientos de Rene Decartes, curiosamente los estudios de este destacado pensador y matemático del siglo XVI, considerado un verdadero revolucionario en el pensamiento científico moderno, lo empujo en la vertiente contraria al positivismo y las ciencias, lo lanzo directamente a los brazos de la escolástica, ya que como bien sabemos, Decartes creo toda una mecánica de pensamiento para combatir lo que él denominaba la “vetusta escolástica medieval”, lo curioso del caso era que el deseo insaciable de este pensador del siglo XVI por construir un edificio filosófico completamente nuevo, lo llevo a mantener las categorías del pensamiento de los escolásticos muy especialmente las de Santo Tomás de Aquino, esto llevo inevitablemente a Gilson a sumergirse en el estudio filosófico del Doctor Angélico, pero también de otros pensadores de la época como San Buenaventura, con el tiempo el mismo Gilson diría: “En cuanto vi claro que, técnicamente hablando, la metafísica de Descartes no era más que un amaño chapucero de la metafísica escolástica, decidí aprender la metafísica de aquellos que realmente la habían sabido, es decir, de aquellos escolásticos a quienes mis profesores de filosofía podían despreciar libremente, ya que no los habían leído” ( Dios y la filosofía, p. 20.)
Rene Decartes


Después de estudiar las obras de Santo Tomás y a San Buenaventura, se percató de que la vapuleada escolástica poseía una rica veta de especulación filosófica y que esta había sido literalmente silenciada bajo el manto de ser una filosofía impropia de la razón, al parecer los grandes pensadores de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX estaban muy dispuestos a creer en unicornios, en hombres que nacen buenos debajo de una encina, en la dialéctica o en charlatanes que podían predecir el futuro a través de la astrología como Nostradamus, pero no así de la religión y los pensadores medievales por ser estos contrarios a los preceptos sagrados de la razón y las ciencias. Gilson al percatarse que el gran edificio de la filosofía moderna y contemporánea estaba construida bajo cimientos de la antigüedad clásica y medieval entonces se aboco por entero a estudiar este periodo del pensamiento europeo, deseaba desenterrar los viejos conocimientos silenciados o enterrados y luego especular sobre ellos, en otras palabras comenzó a construir en donde Santo Tomás y los demás escolásticos habían quedado.
En 1913, se inicia su trabajo docente enseñando en la escuela Lille, este período docente fue bruscamente interrumpido por el estallido de la Primera Guerra Mundial, al final de esta conflagración retorno a sus clases. La Universidad de Estrasburgo le entregó una cátedra en historia de la Edad Media. Posteriormente su Aula Mater, la universidad de la Sorbona le dio la cátedra de historia medieval y en la École pratique des Hautes-Études de París enseño también historia medieval, en este período comenzó a publicar la revista anual “Archivos de historia doctrinal y literaria de la Edad Media”. Sus conocimientos eruditos de la Edad Media impresionaron al mundo universitario e intelectual de la época, las especulaciones acerca de la filosofía y los pensamientos fueron base para otros investigadores del área.
Pronto su fama de gran medievalista lo hizo conocido en los ámbitos intelectuales tanto de Europa como de América, su gran dominio de los autores escolásticos y de sus fuentes hizo que fuera conocido como un maestro entre los maestros. Fue solicitado para enseñar en diversos países, y desde el año 1926 empezaron sus viajes a Canadá y Estados Unidos. La universidad de Toronto lo invitó a fundar el Instituto de Estudios Medievales, creándose en forma oficial en el año 1929 por inspiración de Gilson. Sus estudiantes extendieron su influjo por toda América del Norte. Entre los cursos dictados en sus viajes se encuentran lecciones magistrales que luego se convertirían en algunas de sus obras de mayor relevancia en el ámbito filosófico: las «Gifford Lectures» en Aberdeen (1931-32), publicadas bajo el título El espíritu de la filosofía medieval, las William James Lectures en Harvard (1936) publicadas como La unidad de la experiencia filosófica, y la inauguración de la Cátedra Cardenal Mercier en Lovaina en 1952, que dio origen a su libro Las metamorfosis de la ciudad de Dios.


En esta vía, Gilson no sólo se conformó con presentar obras de especulación metafísica escolástica como las que hemos mencionado, sino que intento dar toda una visión universal de la metafísica medieval a través de sus obras generales de historia del pensamiento filosófico. En esta área encontramos libros como “La filosofía en la Edad Media”, “Historia de la filosofía medieval” y “El espíritu de la filosofía medieval”. En este mismo contexto encontramos obras monográficas como “La filosofía de San Buenaventura”, “Duns Scoto”, “El Tomismo”, “Introducción al sistema de Santo Tomás de Aquino” y “Santo Tomás de Aquino”. Obras menos conocidas, pero de gran importancia por su nivel de crítica son sus estudios sobre otras etapas de la historia de la filosofía que son “Filosofía moderna: de Descartes a Kant”, y “Filosofía contemporánea: de Hegel al presente”.
A continuación analizaremos el pensamiento de Etienne Gilson, como hemos mencionado anteriormente, Gilson dio un impulso decidido a la filosofía tomista, esto se debió principalmente al hecho, que esta representaba en la práctica según el pensador galo, la última forma concreta de filosofía metafísica real. Antes de la escolástica, sólo habían habido dos pensadores metafísicos, estos eran Platón y Aristóteles; después de la escolástica, no existía ningún antecedente real de metafísica, las ideas de construir mecánicas de metafísica por parte de Descartes, Kant y Hegel sólo había sido un complicado proyecto, lleno de estructuras de ideas sobre el alma, espíritu y el lenguaje, pero que en la práctica no exponía ningún concepto real de metafísica, en otros términos eran unas complejas cajas de cerraduras, llenas de claves y cerrojos, pero vacías en su interior. En este mismo plano y sin decirlo el maestro Gilson, criticaría las ideas de Heidegger o Foucault, por estar vacías de contenido metafísico y solo llenas de complejas ideas sobre la existencia y el ser, pero sin tener la capacidad de conocerlo, dejando un gran espacio de tierras baldías, un vacío existente y existencial, con  una moral flexible, muy flexible, una incapacidad de juicio de ningún carácter y peor aún, con una capacidad asombrosa por parte del hombre de no conocer nada. Gilson presenta como única solución viable la aceptación de la metafísica tomista, pero ésta comprendiéndola como la base para nuevas especulaciones.

A través de la valoración de la metafísica escolástica, Gilson abre la puerta para colocar un problema de vital importancia en la historia de la filosofía, que hasta ese momento parecía estar solucionado o por lo menos así deseaban presentarlo algunos, este problema era la inexistencia de la filosofía en la Edad Media. Toda especulación filosófica parte de la búsqueda del ser y de su sentido, por cuanto en la Edad Media esta búsqueda no se realizó, ya que el pensamiento en este período parte del hecho irrefutable del conocimiento absoluto del ser y del sentido que este tiene. La fe en este caso sería el vehículo de conocimiento y no la especulación racional, en otros términos se partiría del hecho que la fe es la base del conocimiento del ser, por esta razón tanto el medio como el fin estarían fuera de las tierras de la filosofía y dentro del área de la teología; según el pensador alemán Martín Heidegger, uno de los más resueltos exponentes de esta corriente, plantea que fe y razón filosófica son contradictorias entre sí, ya que la filosofía parte de un deseo insaciable de preguntar por el ser, mientras que la fe parte del hecho que conoce la respuesta, por cuanto estas dos fuerzas se anulan entre sí, sin que exista la más mínima posibilidad de unión, Gilson daría una feroz y arriesgada refutación a esta idea expuesta por Heidegger.
Gilson, tomo un camino muy arriesgado como se podrá ver, no solo reconoció la existencia de la filosofía en la Edad Media, sino que arriesgándose aún más dijo resueltamente que existía una filosofía propiamente cristiana, en sus lecturas Gifford, defendió con tenacidad esta postura, exponiendo que si bien un cristiano conocía la existencia del ser y el porqué de este, su especulación radicaba de cómo esta existencia se realizaba y cuáles eran los argumentos del fin del hombre en el universo, era un “Gran Misterio”, que a través de la filosofía y la historia se podría dilucidar, por tanto el hambre insaciable de preguntas filosóficas no llegaba a su fin con el conocimiento del ser, sino que abría una nueva y más compleja puerta para la especulación filosófica, en este punto es importante lo dicho por el poeta Coleridge, cuando resueltamente se permitió decir que la imaginación estaba fundada en un acto de fe, una fe en la capacidad humana de conocer algo cercano a la verdad, ese es el gran misterio de Dios, el hombre sólo es capaz de conocer y especular en una infinitud dentro de lo infinito.
La postura de Gilson, fue la bandera de todos los neo – tomistas, pronto salieron a su encuentro una gran masa de detractores que pensaban que toda idea religiosa, teológica o mística estaba completamente superada en los estudios humanistas. El  historiador racionalista Emile Bréhier, fue uno de los primeros en salir al paso, este historiador aducía que el cristianismo, en realidad, no era una doctrina especulativa, sino únicamente una predicación que exigía un carácter moral o práctico, basada en una verdad absoluta, que era sostenida exclusivamente por la fe.
Emile Bréhier,

La polémica intelectual prendió con rapidez, en 1931 “La Sociedad Francesa de Filosofía” promovió un primer debate en torno al tema de la existencia de una  “filosofía cristiana”, no solo Gilson y Bréhier fueron invitados a debatir, sino que se unió un conjunto de detractores y defensores, entre estos últimos se encontraba el gran Jean Maritain que no podía dejar pasar una ocasión así, ya que su naturaleza lo llamaba a la discusión y a la polémica. El debate no quedo entre las cuatro paredes de los salones universitarios, y pronto fue un punto de conflicto intelectual en gran parte de las aulas universitarias occidentales, además de las revistas y libros. Gilson había dinamizado el mundo intelectual que parecía un monolito de fe en la razón puramente humana y la ciencia; nuevamente hacia su aparición la especulación metafísica a dar la batalla.
En la actualidad se ha llegado a un consenso cada vez mayor entre fe y razón, se ésta intentando llegar a una verdadera síntesis más profunda y especulativa sobre estos términos, claro  que quedan algunos espíritus retrogradas como Michel Foucault, que buscan una defensa desesperada del racionamiento  puro. Lo cierto es que entre las disciplinas filosóficas y teológicas se han llegado a importantes consensos sobre todo en cuestiones antropológicas, después de todo una de las grandes necesidades del hombre es la verdad y esa es su tendencia natural. No es nuestra intensión ahondar más en este punto, pero con lo expuesto creemos que hemos dado cierta luz a cerca de la filosofía cristiana.
Ahora pasemos a una cuestión vital en Gilson, el estudio sobre el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, al cual el pensador galo le dedicó gran parte del tiempo de su vida. En esta materia Gilson hecho luz en tres aspectos fundamentales del tomismo.
En primero lugar, realizó una separación muy conveniente entre el pensamiento del “Buey Mudo y Aristóteles, colocando de manifiesto sus diferencias y exponiendo lo original del pensamiento del Doctor Angélico, recordemos que por mucho tiempo se había pensado que Santo Tomás no tenía nada de original, toda su filosofía era una muy pobre copia de las ideas del estagirita, el pensador galo realizó importantes precisiones en el pensamiento de Santo Tomas, demostrando largamente que Aristóteles solo servía para reafirmar ideas que el Buey Mudo ya tenía en materia de metafísica y ética.

En segundo lugar, expuso la diferencia de los sistemas de los diversos pensadores medievales, hasta su época era muy común colocar en un mismo saco a San Agustín, San Buenaventura, Duns Scoto, Santo Tomás de Aquino. Gilson colocó de manifiesto las grandes diferencias de cada uno de los pensadores medievales, si bien es cierto que cada uno de ellos parte del mismo principio, todos ellos siguen caminos y fines totalmente distintos entre sí, con esta demostración les devolvió  una originalidad que se les había quitado por el tiempo y las síntesis que se había realizado a cada uno de los filósofos medievales.
En tercer lugar, y no menos importante, realizó una separación distintiva entre Santo Tomás y sus posteriores comentadores, de esta manera saco todo aquello que el Aquinate nunca había dicho, pero que se daba por hecho que lo había expuesto, debido a la tradición o la fuerza de sus comentaristas, como es el caso del español Suarez en materias de derecho natural. Gilson expuso que el mejor tomismo es aquel que va directo a la fuente. Desgraciadamente, la crítica de Gilson a los comentaristas está muy reducida a un solo punto y este es “la existencia del ser”, se ha dicho mucho que Gilson en su deseo de defender la pureza del pensamiento metafísico de Santo Tomás dejo a muchos grandes pensadores e intelectuales fuera del círculo tomista, se ha comentado en forma irónica que bajo el juicio de Gilson, solo Gilson era el único comentarista del Aquinate reconocido.
Uno de los temas que apasionaban a Gilson y creía que era importante para una mejor comprensión de la importancia de la filosofía medieval y tomista en particular, era el concepto del “SER”. Para estudiar este complejo tema, Gilson lo abordo desde un punto de vista filosófico e histórico, dos áreas del conocimiento que el pensador galo manejaba ejemplarmente.
El primer problema que aborda Gilson es como el hombre comprende el “Ser”, el hombre tiene una experiencia permanente del ser en toda su grandeza e infinidad, pero si bien tiene esa experiencia cotidiana, no reflexiona sobre este punto, sino que lo da por hecho, por lo que pierde la esencia de la certeza. Por lo que el hombre debe volver a su compenetración con el ser a través de la intelectualidad y la sensibilidad. Por tanto todo acercamiento con el ser inevitablemente lo empujara a una metafísica especulativa.
Este último punto que nos parece tan lógico y práctico ha sido arrebatado al hombre, el quiebre se encuentra en la pérdida del camino especulativo filosófico y moral; esto a juicio de nuestro autor es producto del doble quiebre de la cultura occidental en el siglo XVI, a través de las “revoluciones científica y religiosa”. En otras palabras occidente perdió su camino abrazando exclusivamente la técnica como único elemento de progreso, por una parte y creando constantemente nuevos referentes ideológicos para llenar el terrible vació existencial, en palabras de Gilson: “las condiciones caóticas de la filosofía contemporánea, con su correspondiente desbarajuste moral, social, político y pedagógico, no se deben a falta de perspicacia filosófica por parte de los pensadores modernos, sino que se origina, sencillamente, en el hecho de que hemos errado el camino, por habernos olvidado de ciertos principios fundamentales que, por ser verdaderos, son los únicos en que puede basarse, lo mismo ahora que en tiempos de Platón, todo saber filosófico digno de tal nombre (Étienne Gilson, Dios y la filosofía. p. 21).
La pérdida de la especulación del ente en cuanto tal es asombrosa y peligrosa al mismo tiempo, ya que por un lado crea la sensación mágica de la “nada” como base de la existencia y partiendo de esto se crea un edificio en el cual todo es nebuloso y difuso, basado claro está en una falsa moral de la tolerancia y la aceptación de lo diferente. Para sustentar esta idea de la nada se ha construido una falsa metafísica basada en supuestos silogismos, solamente imaginativos del lenguaje y la idea, pero esta concepción metafísica resulta tan falsa como su base de apoyo, la nada, en otros términos el nihilismo en su máxima expresión.
La oposición al nihilismo contemporáneo viene de la mano como lo expresa Étienne Gilson desde una perspectiva de síntesis, entre la unidad de la esencia y existencia, tal y como lo señaló Santo Tomás de Aquino, por esta razón Gilson realiza un gran esfuerzo por sacar la médula del pensamiento tomista, lo que él denomina la  metafísica existencial, la cual fija su estudio en el acto del SER.
           No ha sido poca la contribución de Étienne Gilson al desenterramiento de la metafísica y la recuperación del conocimiento cristiano para nuestro tiempo; el esfuerzo del gran movimiento intelectual inglés, francés, español y de otros más, dio las bases para un estudio sistemático de la vieja tradición medieval, tan vapuleada y despreciada desde la ilustración hasta nuestros días. Personas como Gilson tuvieron la suficiente entereza y fuerza para oponerse al movimiento a – histórico de la razón y devolverla en parte al sendero de la historia. Cuando no existe la unión entre fe y razón un vació se introduce en el alma de la cultura corrompiéndola lenta y pausadamente y cada solución que no implique tal unión.

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